Ser padre, sin duda, es uno de los momentos más intensos de cualquier varón, cualquiera puede serlo, pero pocos merecen ser llamados papás.
Y un papá de hueso colorado se llena de una docena de atributos: amor, paciencia, educación, valores, guía y una crianza eficaz.
Y toda esta enseñanza transmuta en calidad cuando los hijos suman 3+3. El sentido común (no el egoísmo) te susurra al oído cuándo debes “dejar de ser padre”. Es decir, cerrar “definitivamente” la fábrica de espermatozoides (y tirar la llave lo más lejos posible) y asumir la paternidad con responsabilidad en varias esferas de convivencia; pues nunca será igual distribuir ese tiempo entre 2, que entre un equipo de fútbol, en el camino va menguando la calidad y el sustento. Como bien lo decía un comercial de tv: “La familia pequeña vive mejor, pocos hijos para darles mucho”. Y es en este escenario familiar en que la vasectomía se convierte en un fallo de pareja, pero con la firma, huella y consentimiento del caballero, del padre que asimila, asume, entiende y comprende que ser hombre hace siglos dejó de significar muchos embarazos e hijos en cada puerto, y que es momento de clausurar, cauterizar sin “cortar” ni “castrar”, sin dolor ni siquiera emocional. Seguro, rápido y noble.
Un procedimiento médico útil cuando ya se tienen los hijos “pertinentes”; tal vez la parejita, quizás dos varones, tal vez dos niñas, el equilibrio en donde tu vida girará con madurez; planificación familiar, regalos emocionales y económicos a largo plazo.
Tienes en tus genitales una maravillosa decisión.